Qué duro soltarte. Cuánto tiempo
te he agarrado con la punta de los dedos, sabiendo que te iba a perder. Cuánto
tiempo he mantenido el sufrimiento por miedo a sufrir. Aferrándome a algo que
no tenía futuro ni presente por miedo a no volver a ser feliz. Ya ves, qué
tontería...ser infeliz por miedo a serlo. Imaginaba ese momento en el que mis
metafóricos dedos acabasen de resbalarse de entre los tuyos y dejase de
sentirte, de notarte mío, de esforzarme por tocarte, aunque sólo nos uniesen ya
las puntas de los dedos. Imaginaba ese momento como de vacío, de desprotección,
de desesperanza... creía que nunca podría hacerlo yo... simplemente soltarte y
empezar de cero. Sólo nos unía ese mutuo empeño en sostener los pedazos de nuestro
amor. De un amor tan grande, que cuesta imaginarse otro que tan si quiera se
acerque. Un amor tan grande al que ninguno de los dos parecía poder decir
adiós.
Entonces lo hice. El día que
menos pensé poder hacerlo lo hice. Te solté. Te borré. Caminé hacia adelante.
Me rompí en mil pedazos al saber que te rompías. El pecho se me encogía cada
vez que pensaba que era para siempre, que se acabó para siempre.
No paro de pensar en qué harás,
si pensarás en mí o estarás feliz. Una sensación dual se apodera de mi. Por un
lado quiero que seas la persona más feliz del mundo. Quiero que cojas esos
pedazos de nuestro amor y los guardes en algún rincón como un recuerdo bonito.
Sólo eso, sólo un recuerdo. Por otro lado deseo que me ames siempre, que jamás
me olvides, que nunca menosprecies lo que fue. Y muy en el fondo, una parte de
mi no quiere que vuelvas a sentir nada parecido.
A veces pienso... si nos queremos
¿Por qué no? ¿Por qué no funciona? Pero después recuerdo los añicos de lo
nuestro y me doy cuenta de que lo único que hay son buenos recuerdos y que sólo
vuelven cuando nos perdemos, pero los malos no nos dejan crear los
nuevos.
Así que se acabó. Contra todo pronóstico...
hemos podido decir adiós. Ahora nos dolemos. Nos rasgamos tan fuerte sólo de
pensarnos que parece que este dolor nunca vaya a terminar. Pero algún día
terminará. Podremos recordarnos con una sonrisa y desearnos, de verdad,
felicidad.
Ahora sólo espero que llegue el
momento de decir adiós a esta tristeza. Aunque en el fondo me pregunte ¿Y si
nunca termina? Entonces nos equivocamos ambos... Quién sabe si volver a
buscarnos... Al fin y al cabo para poder tragar todo este dolor, necesitamos una
puerta entornada. Se necesita una puerta entornada para saber que puedes entrar
si lo deseas, si te arrepientes de haber salido. Entonces, un día, estás tan
bien fuera, disfrutas tanto de la brisa y de la luz del sol, que tu mismo te
aproximas a la puerta y la encajas por fin.